Post by ivette on Oct 3, 2005 22:35:55 GMT -5
La cortina
¿Quién diría que alguien tan grande como yo sería tan miedosa? Pero la oscuridad no es buena. Es por eso que siempre le hago difícil el trabajo a Gertrudis cuando me cierra por las noches para no dejar entrar nada de luz. Sé que es vergonzoso que yo no pueda dormir cuando los demás lo hacen, pero no saber qué pasa detrás de mí me asusta. En cualquier momento podría entrar un ladrón y pasar entre mis telas. Mi condena es tener que escuchar cada noche a ese reloj que parece lamentarse mientras marca la hora más fuerte que durante el día como si nadie lo oyera. Deberían llevarlo a arreglar. En ocasiones mis nervios no lo aguantan, entonces me muevo con ayuda del viento para que Gertrudis se despierte, me ayuda el hecho de que ya estoy muy raída y es fácil dejar pasar el aire. Sólo me llego a tranquilizar cuando ella se queda contando el dinero que está bajo el colchón hasta altas horas o cuando abre esos libros antiguos llenos de fotos. Hay veces que llora y entonces sé que ya no se va a poder dormir, la verdad es que eso me hace sentir más segura. Tal vez soy así, porque cuando Gertrudis me cosió, ella estaba embarazada y me pasó todos sus temores. Sea como sea, dudo mucho que yo vaya a durar mucho tiempo más colgada de esta pared. Esos niños siempre se envuelven conmigo o se esconden donde yo no puedo verlos, sólo sentirlos, dejándome peor de lo que ya estoy y la abuela ni siquiera les dice nada. Y qué decir de aquellos hombres que se ponían detrás de mí cuando entraba Ruperto, que en paz descanse, pobre. Pero lo que realmente me preocupa es ¿Qué voy a hacer cuando Gertrudis me guarde para siempre en alguno de esos cajones enormes y oscuros? Una vez oí decir a una de sus hijas que para quitarse un miedo hay que enfrentarse a él. Por eso ayer en la noche intenté voltearme y mirar hacia atrás, hacia la ventana. Así sentiría que hice algo valiente antes de convertirme en una total inútil. Supongo que esa hija es media tonta o tal vez escuché mal, pero lo único que sé es que ahora tengo miedo a las alturas. Por favor Gertrudis, conviérteme en trapos.
¿Quién diría que alguien tan grande como yo sería tan miedosa? Pero la oscuridad no es buena. Es por eso que siempre le hago difícil el trabajo a Gertrudis cuando me cierra por las noches para no dejar entrar nada de luz. Sé que es vergonzoso que yo no pueda dormir cuando los demás lo hacen, pero no saber qué pasa detrás de mí me asusta. En cualquier momento podría entrar un ladrón y pasar entre mis telas. Mi condena es tener que escuchar cada noche a ese reloj que parece lamentarse mientras marca la hora más fuerte que durante el día como si nadie lo oyera. Deberían llevarlo a arreglar. En ocasiones mis nervios no lo aguantan, entonces me muevo con ayuda del viento para que Gertrudis se despierte, me ayuda el hecho de que ya estoy muy raída y es fácil dejar pasar el aire. Sólo me llego a tranquilizar cuando ella se queda contando el dinero que está bajo el colchón hasta altas horas o cuando abre esos libros antiguos llenos de fotos. Hay veces que llora y entonces sé que ya no se va a poder dormir, la verdad es que eso me hace sentir más segura. Tal vez soy así, porque cuando Gertrudis me cosió, ella estaba embarazada y me pasó todos sus temores. Sea como sea, dudo mucho que yo vaya a durar mucho tiempo más colgada de esta pared. Esos niños siempre se envuelven conmigo o se esconden donde yo no puedo verlos, sólo sentirlos, dejándome peor de lo que ya estoy y la abuela ni siquiera les dice nada. Y qué decir de aquellos hombres que se ponían detrás de mí cuando entraba Ruperto, que en paz descanse, pobre. Pero lo que realmente me preocupa es ¿Qué voy a hacer cuando Gertrudis me guarde para siempre en alguno de esos cajones enormes y oscuros? Una vez oí decir a una de sus hijas que para quitarse un miedo hay que enfrentarse a él. Por eso ayer en la noche intenté voltearme y mirar hacia atrás, hacia la ventana. Así sentiría que hice algo valiente antes de convertirme en una total inútil. Supongo que esa hija es media tonta o tal vez escuché mal, pero lo único que sé es que ahora tengo miedo a las alturas. Por favor Gertrudis, conviérteme en trapos.