Post by jessav on Oct 5, 2005 15:31:51 GMT -5
Bajo el ropero de la tía Frida
Otra vez es verano. Mis papás se fueron de viaje y me dejaron en casa de la tía Frida. Después de despedirme toqué la puerta y de nuevo tuve que cargar mis maletas hasta el segundo piso; la tía Frida siempre dice que está cansada y que le duele la espalda. Así ha sido desde la primera vez. El primer verano que vine estaba muy emocionado. Me dijo mi mamá que iba a tener una habitación para mí solo. Pensé en todos los juguetes que podría tener en mi cama y en el piso. Como no iba a estar mi mamá podría pasar toda la noche jugando y no tendría que poner nada en su lugar. Pero no es así. La tía Frida siempre está enferma y tengo que ayudarle a limpiar la casa. Tampoco le gusta el ruido, ni los juguetes. La casa no es muy grande, pero no me gusta limpiar. Lo que más me gusta es jugar en la banqueta frente a la casa. Y lo que más le gusta a la tía Frida es verse llorar en el espejo; también le gusta mucho ir a la iglesia. La primera vez que vine fui a misa con ella. Creí que sería igual que cuando voy con mi mamá. La iglesia estaba llena de señoras como la tía Frida y yo era el único que no tenía un pañuelo negro en la cabeza. Cuando el padre comenzó a hablar mi tía empezó a llorar. Todas las demás lloraron también. Yo no sabía si tenía que llorar también, pero no tenía ganas. Le pregunté a la tía Frida que por qué lloraba y sólo dijo que No con la cabeza. Fui con otra señora y le pregunté lo mismo. Me empujó un poco para que me fuera. Ahí lo entendí, el padre estaba haciendo llorar a las tías Frida. Así le digo ahora a las amigas con las que la tía Frida va a misa. Todas son iguales y las hace llorar el padre. Fui con el padre y le dije que dejara de hablar, que las señoras estaban llorando por su culpa. Como no me hizo caso desconecté el micrófono. Me sacaron de la iglesia y tuve que esperar a que la tía Frida me llevara a la casa porque no sabía cómo regresar yo solo. Cuando llegamos a la casa la tía me hizo quedarme en mi cuarto dos días sin salir a la banqueta. Yo estaba muy triste, porque no podía salir y jugar con el Capitán Poder. El Capitán Poder es mi juguete preferido. Me lo regalaron mis papás cuando vinieron a recogerme la primera vez. Yo lo sabía, porque también fue la primera vez que me sentí raro. Estaba jugando en la banqueta y pasó un carro como el de mis papás. Sentí que la cabeza me daba vueltas, pero no estaba mareado. Tenía un carrito en la mano pero ya no podía verlo bien. Miré hacia la calle y me fui. En realidad no me fui yo, sino mis ojos. Volé sobre la calle. Más lejos estaba un carro, el de mis papás. Fui pasando de parte en parte. Algo me jalaba como si quisiera enseñarme alguna cosa. Me metí en la puerta, los asientos, mi mamá, sus brazos, sus manos, la envoltura, la caja y el Capitán Poder. Cuando regresé, estaba de nuevo mirando el carrito de juguete. Me puse muy feliz porque mis papás me traían un regalo. Me quedé esperando en la banqueta todo el día. Lo malo fue que mis papás llegaron hasta dos días después. No le dije a nadie porque nunca me creen, pero ya sabía que me traían un regalo. La tía Frida se despidió de todos y dijo que nos veríamos el siguiente verano. Yo no lo creí hasta que estaba otra vez cargando mis maletas a mi cuarto. Me llegó un olor como a perro. La tía Frida había comprado uno. El perro era tan malo que no le hacía caso ni a la tía Frida. Todavía hoy le damos de comer aventándole pedazos de carne por la reja que está junto a la casa. La tía no lo alimenta porque le da miedo. No sé cómo le hace cuando no estoy. Yo lo alimento cuando salgo a jugar a la banqueta. Pero no lo hago a las doce del día. A esa hora pasa Toño, el niño que es más grande que yo y me puede pegar. Creo que es más grande que cualquier otro niño. El otro día tomó mi carrito negro de juguete y lo aventó a la calle. Yo no tengo permiso de ir a la calle y le dije que por qué lo había aventado. Me pegó en la cabeza y me metí corriendo al cuarto de mi tía Frida. Lo bueno es que el carrito negro era el que menos me gustaba. Me escondí bajo el ropero viejo que tiene junto a la ventana. Ahí me escondo siempre que viene Toño. Nunca me encontrará aquí, porque no puede entrar a la casa. Ahora estoy bajo el ropero. En la cocina las dos manitas del reloj marcaron hacia arriba y quiere decir que son las doce. Abajo del ropero no es tan malo, puedo jugar un poco con mis carritos en lo que pasa Toño. Sólo hay mucho polvo. No le quiero decir a mi tía que hay basura aquí abajo porque voy a tener que limpiarlo yo. Como siempre le duele la espalda no podría agacharse y sacudir. Juego con el polvo a que es una montaña y la atravieso con mis carritos. Sólo juego con mis carritos en la banqueta. No quiero sacar al Capitán Poder porque puede ser que Toño lo aviente a la calle. Aunque no sean las doce no salgo con el Capitán Poder, sólo con mis carritos. Menos el negro porque lo aventó Toño. Descubrí que cuando juego en la banqueta con mis carritos puedo sentirme raro. El otro día estaba sentado enfrente de la reja donde está el perro. No dejaba de ladrar pero yo estaba muy concentrado jugando con mi carrito de color azul. Pasó un señor en una bicicleta y la cabeza me dio vueltas. Como la vez que vi al Capitán Poder. Mis ojos fueron con el señor, después con la bicicleta, con la calle y llegué a un pozo que no se podía ver. El señor se caía y se pegaba en el cuello. Después lo vi acostado en una cama y no se podía despertar. Regresé y el señor apenas estaba pasando frente a la casa de la tía Frida. Le grité que tuviera cuidado, que se iba a caer y no iba a poder levantarse. Él me gritó que llevaba muchos años manejando. No supe qué tenía que ver eso. Más al rato pasó una ambulancia. La tía Frida llegó de la iglesia y me dijo que nunca montara en bicicleta. Que un joven había tenido un accidente y se había quedado en coma. No sé qué es quedarse en coma, pero no creo que sea bueno. La tía entró a la casa y se puso a llorar enfrente del espejo. Creo que el joven que dijo mi tía es el señor que vi cuando me sentí raro. Le dije que tuviera cuidado pero no me hizo caso. Me dio miedo estar en coma y me escondí bajo el ropero de mi tía. Jugué con el polvo hasta que pasaran las doce y luego salí a jugar otra vez. Antes de jugar le estaba dando de comer al perro cuando casi me muerde. Ya no le voy a dar de comer tan cerca de la reja. Ahora le voy a aventar los pedazos de carne de lejos. La reja es muy vieja y cualquiera la podría abrir. Pero si alguien la abre el perro lo va a morder. Por eso no lo he hecho. Ahora juego al lado de la reja porque no me gusta que ladre el perro. Tampoco me gusta jugar con el carrito azul porque hizo que la cabeza me diera vueltas. Veo cosas malas cuando eso pasa. Sólo la primera vez vi que me traían al Capitán Poder. En todas las demás le pasaron cosas malas a la gente. Como a la viejita que estaba caminando por la misma banqueta en la que yo juego. Esa vez tenía el carrito rojo en la mano. Mis ojos se fueron lejos hasta una calle obscura. Pasé por la pared y luego por un hombre que se tapaba la cara con un pañuelo. Igual al que usa la tía Frida cuando va a misa. Vi que el señor se acercaba a la viejita, le quitaba la bolsa y la tiraba en el piso. Después vi a la viejita en una silla con ruedas de carrito porque no podía caminar. El carrito rojo se me cayó de la mano cuando fui con la viejita y le dije que no fuera a las calles obscuras. Ella no me hizo caso y me dijo mocoso. No sé por qué me dijo eso si sólo me salen mocos cuando tengo gripa. No me gusta estar enfermo porque no puedo salir a jugar a la banqueta. Aunque tampoco tengo que limpiar nada. Ni siquiera el polvo del ropero. Ahí me escondí cuando la viejita pasó en la silla con ruedas y me gritó que por mi culpa le habían robado. Desde esa vez ya no les digo nada a las personas que pasan por la banqueta después de que me siento raro. Ni siquiera a la niña que se iba a quedar sin papá. Qué bueno que yo sigo teniendo a mi papá y a mi mamá. Los quiero aunque me traigan con la tía Frida. Ella no es tan mala. Llora mucho como sus amigas de la iglesia. Mi tía siempre ve el reloj antes de irse a la iglesia. Yo siempre lo veo antes de salir de la casa. El reloj de la cocina no marcaba las doce. Estaba descompuesto pero la tía Frida no me dijo. Salí a la calle con el Capitán Poder porque tenía ganas de jugar con él en la banqueta. No lo había hecho hace mucho tiempo. El reloj estaba mal. Eran la doce y pasó Toño. Me sentí raro y vi que Toño llegaba desde lejos y me quitaba mi juguete favorito. Después lo aventaba a la calle y un carro le pasaba por arriba. Cuando regresé el perro ladraba mucho. Toño estaba parado enfrente de la reja. Yo corrí al ropero de la tía Frida. Esperé con el polvo a que llegara y le dije lo que iba a pasar. Sólo dijo que no debíamos darle mucha importancia a las cosas. Me enojé porque ni siquiera me hizo sentir bien. Como mi mamá. Cuando llegue ella le voy a decir que le pegue a Toño. Mejor a mi papá porque pega más fuerte. Ya pasaron dos días y extraño mucho a mis papás. Tal vez falta mucho para que mis papás lleguen. Pero ahora puedo saber la hora porque ya sirve el reloj de la cocina. Ayer me quedé a las doce en la banqueta. Quería sentirme raro cuando pasara Toño. No sentí nada. Toño pasó caminando y se reía de mí. Ahora bajo a la cocina y las dos patitas marcan para arriba. Salgo a la banqueta. Toño viene caminando con un dulce. No me ve hasta que le aviento un pedazo de carne. Abro la reja y corro a esconderme en el ropero. Juego con el polvo. Escucho gritar a mi tía Frida. Tal vez ella me lleve a la iglesia a que llore como sus amigas. No me gusta llorar, pero podría practicar frente al espejo, igual que ella.
Jesús A. Avila García
Otra vez es verano. Mis papás se fueron de viaje y me dejaron en casa de la tía Frida. Después de despedirme toqué la puerta y de nuevo tuve que cargar mis maletas hasta el segundo piso; la tía Frida siempre dice que está cansada y que le duele la espalda. Así ha sido desde la primera vez. El primer verano que vine estaba muy emocionado. Me dijo mi mamá que iba a tener una habitación para mí solo. Pensé en todos los juguetes que podría tener en mi cama y en el piso. Como no iba a estar mi mamá podría pasar toda la noche jugando y no tendría que poner nada en su lugar. Pero no es así. La tía Frida siempre está enferma y tengo que ayudarle a limpiar la casa. Tampoco le gusta el ruido, ni los juguetes. La casa no es muy grande, pero no me gusta limpiar. Lo que más me gusta es jugar en la banqueta frente a la casa. Y lo que más le gusta a la tía Frida es verse llorar en el espejo; también le gusta mucho ir a la iglesia. La primera vez que vine fui a misa con ella. Creí que sería igual que cuando voy con mi mamá. La iglesia estaba llena de señoras como la tía Frida y yo era el único que no tenía un pañuelo negro en la cabeza. Cuando el padre comenzó a hablar mi tía empezó a llorar. Todas las demás lloraron también. Yo no sabía si tenía que llorar también, pero no tenía ganas. Le pregunté a la tía Frida que por qué lloraba y sólo dijo que No con la cabeza. Fui con otra señora y le pregunté lo mismo. Me empujó un poco para que me fuera. Ahí lo entendí, el padre estaba haciendo llorar a las tías Frida. Así le digo ahora a las amigas con las que la tía Frida va a misa. Todas son iguales y las hace llorar el padre. Fui con el padre y le dije que dejara de hablar, que las señoras estaban llorando por su culpa. Como no me hizo caso desconecté el micrófono. Me sacaron de la iglesia y tuve que esperar a que la tía Frida me llevara a la casa porque no sabía cómo regresar yo solo. Cuando llegamos a la casa la tía me hizo quedarme en mi cuarto dos días sin salir a la banqueta. Yo estaba muy triste, porque no podía salir y jugar con el Capitán Poder. El Capitán Poder es mi juguete preferido. Me lo regalaron mis papás cuando vinieron a recogerme la primera vez. Yo lo sabía, porque también fue la primera vez que me sentí raro. Estaba jugando en la banqueta y pasó un carro como el de mis papás. Sentí que la cabeza me daba vueltas, pero no estaba mareado. Tenía un carrito en la mano pero ya no podía verlo bien. Miré hacia la calle y me fui. En realidad no me fui yo, sino mis ojos. Volé sobre la calle. Más lejos estaba un carro, el de mis papás. Fui pasando de parte en parte. Algo me jalaba como si quisiera enseñarme alguna cosa. Me metí en la puerta, los asientos, mi mamá, sus brazos, sus manos, la envoltura, la caja y el Capitán Poder. Cuando regresé, estaba de nuevo mirando el carrito de juguete. Me puse muy feliz porque mis papás me traían un regalo. Me quedé esperando en la banqueta todo el día. Lo malo fue que mis papás llegaron hasta dos días después. No le dije a nadie porque nunca me creen, pero ya sabía que me traían un regalo. La tía Frida se despidió de todos y dijo que nos veríamos el siguiente verano. Yo no lo creí hasta que estaba otra vez cargando mis maletas a mi cuarto. Me llegó un olor como a perro. La tía Frida había comprado uno. El perro era tan malo que no le hacía caso ni a la tía Frida. Todavía hoy le damos de comer aventándole pedazos de carne por la reja que está junto a la casa. La tía no lo alimenta porque le da miedo. No sé cómo le hace cuando no estoy. Yo lo alimento cuando salgo a jugar a la banqueta. Pero no lo hago a las doce del día. A esa hora pasa Toño, el niño que es más grande que yo y me puede pegar. Creo que es más grande que cualquier otro niño. El otro día tomó mi carrito negro de juguete y lo aventó a la calle. Yo no tengo permiso de ir a la calle y le dije que por qué lo había aventado. Me pegó en la cabeza y me metí corriendo al cuarto de mi tía Frida. Lo bueno es que el carrito negro era el que menos me gustaba. Me escondí bajo el ropero viejo que tiene junto a la ventana. Ahí me escondo siempre que viene Toño. Nunca me encontrará aquí, porque no puede entrar a la casa. Ahora estoy bajo el ropero. En la cocina las dos manitas del reloj marcaron hacia arriba y quiere decir que son las doce. Abajo del ropero no es tan malo, puedo jugar un poco con mis carritos en lo que pasa Toño. Sólo hay mucho polvo. No le quiero decir a mi tía que hay basura aquí abajo porque voy a tener que limpiarlo yo. Como siempre le duele la espalda no podría agacharse y sacudir. Juego con el polvo a que es una montaña y la atravieso con mis carritos. Sólo juego con mis carritos en la banqueta. No quiero sacar al Capitán Poder porque puede ser que Toño lo aviente a la calle. Aunque no sean las doce no salgo con el Capitán Poder, sólo con mis carritos. Menos el negro porque lo aventó Toño. Descubrí que cuando juego en la banqueta con mis carritos puedo sentirme raro. El otro día estaba sentado enfrente de la reja donde está el perro. No dejaba de ladrar pero yo estaba muy concentrado jugando con mi carrito de color azul. Pasó un señor en una bicicleta y la cabeza me dio vueltas. Como la vez que vi al Capitán Poder. Mis ojos fueron con el señor, después con la bicicleta, con la calle y llegué a un pozo que no se podía ver. El señor se caía y se pegaba en el cuello. Después lo vi acostado en una cama y no se podía despertar. Regresé y el señor apenas estaba pasando frente a la casa de la tía Frida. Le grité que tuviera cuidado, que se iba a caer y no iba a poder levantarse. Él me gritó que llevaba muchos años manejando. No supe qué tenía que ver eso. Más al rato pasó una ambulancia. La tía Frida llegó de la iglesia y me dijo que nunca montara en bicicleta. Que un joven había tenido un accidente y se había quedado en coma. No sé qué es quedarse en coma, pero no creo que sea bueno. La tía entró a la casa y se puso a llorar enfrente del espejo. Creo que el joven que dijo mi tía es el señor que vi cuando me sentí raro. Le dije que tuviera cuidado pero no me hizo caso. Me dio miedo estar en coma y me escondí bajo el ropero de mi tía. Jugué con el polvo hasta que pasaran las doce y luego salí a jugar otra vez. Antes de jugar le estaba dando de comer al perro cuando casi me muerde. Ya no le voy a dar de comer tan cerca de la reja. Ahora le voy a aventar los pedazos de carne de lejos. La reja es muy vieja y cualquiera la podría abrir. Pero si alguien la abre el perro lo va a morder. Por eso no lo he hecho. Ahora juego al lado de la reja porque no me gusta que ladre el perro. Tampoco me gusta jugar con el carrito azul porque hizo que la cabeza me diera vueltas. Veo cosas malas cuando eso pasa. Sólo la primera vez vi que me traían al Capitán Poder. En todas las demás le pasaron cosas malas a la gente. Como a la viejita que estaba caminando por la misma banqueta en la que yo juego. Esa vez tenía el carrito rojo en la mano. Mis ojos se fueron lejos hasta una calle obscura. Pasé por la pared y luego por un hombre que se tapaba la cara con un pañuelo. Igual al que usa la tía Frida cuando va a misa. Vi que el señor se acercaba a la viejita, le quitaba la bolsa y la tiraba en el piso. Después vi a la viejita en una silla con ruedas de carrito porque no podía caminar. El carrito rojo se me cayó de la mano cuando fui con la viejita y le dije que no fuera a las calles obscuras. Ella no me hizo caso y me dijo mocoso. No sé por qué me dijo eso si sólo me salen mocos cuando tengo gripa. No me gusta estar enfermo porque no puedo salir a jugar a la banqueta. Aunque tampoco tengo que limpiar nada. Ni siquiera el polvo del ropero. Ahí me escondí cuando la viejita pasó en la silla con ruedas y me gritó que por mi culpa le habían robado. Desde esa vez ya no les digo nada a las personas que pasan por la banqueta después de que me siento raro. Ni siquiera a la niña que se iba a quedar sin papá. Qué bueno que yo sigo teniendo a mi papá y a mi mamá. Los quiero aunque me traigan con la tía Frida. Ella no es tan mala. Llora mucho como sus amigas de la iglesia. Mi tía siempre ve el reloj antes de irse a la iglesia. Yo siempre lo veo antes de salir de la casa. El reloj de la cocina no marcaba las doce. Estaba descompuesto pero la tía Frida no me dijo. Salí a la calle con el Capitán Poder porque tenía ganas de jugar con él en la banqueta. No lo había hecho hace mucho tiempo. El reloj estaba mal. Eran la doce y pasó Toño. Me sentí raro y vi que Toño llegaba desde lejos y me quitaba mi juguete favorito. Después lo aventaba a la calle y un carro le pasaba por arriba. Cuando regresé el perro ladraba mucho. Toño estaba parado enfrente de la reja. Yo corrí al ropero de la tía Frida. Esperé con el polvo a que llegara y le dije lo que iba a pasar. Sólo dijo que no debíamos darle mucha importancia a las cosas. Me enojé porque ni siquiera me hizo sentir bien. Como mi mamá. Cuando llegue ella le voy a decir que le pegue a Toño. Mejor a mi papá porque pega más fuerte. Ya pasaron dos días y extraño mucho a mis papás. Tal vez falta mucho para que mis papás lleguen. Pero ahora puedo saber la hora porque ya sirve el reloj de la cocina. Ayer me quedé a las doce en la banqueta. Quería sentirme raro cuando pasara Toño. No sentí nada. Toño pasó caminando y se reía de mí. Ahora bajo a la cocina y las dos patitas marcan para arriba. Salgo a la banqueta. Toño viene caminando con un dulce. No me ve hasta que le aviento un pedazo de carne. Abro la reja y corro a esconderme en el ropero. Juego con el polvo. Escucho gritar a mi tía Frida. Tal vez ella me lleve a la iglesia a que llore como sus amigas. No me gusta llorar, pero podría practicar frente al espejo, igual que ella.
Jesús A. Avila García