Post by erikat on Oct 14, 2005 9:13:27 GMT -5
En la aldea vivíamos sólo cinco personas. Es un lugar que se encuentra lejos de cualquier ciudad del mundo, atrapado en un valle lleno de agua. El ermitaño fue quien lo construyó. No hay una sola tabla de madera que no haya sido colocada por él. Cada clavo en cada estante de cada casa fue puesto en su lugar por sus manos y una de las condiciones para poder vivir aquí es que no se hagan modificaciones. Últimamente el ermitaño y Daniel han tenido problemas, porque Daniel, que sabe de construcción, cocina y filosofía, piensa que nos iremos al fondo del lago con la primera lluvia; todos excepto Pedro. Pedro construye barcos de todos tamaños, por eso casi siempre esta en el muelle. Ahí tiene un montón de barcos y botes que ha construido desde que llego aquí. Alicia lo visita con frecuencia en el muelle y no sé de que hablan pero por lo general ríen. Pedro sólo ríe con ella y cuando esta solo e imagina que navega en uno de los barcos que tiene dentro de botellas. Las botellas se las doy yo. Por años mi único interés fue el de coleccionarlas. Tenía de muchos tamaños y colores: hechas en China, Austria o Singapur; utilizadas para contener vino o medicina o té. Las mantuve en secreto, en especial las más importantes: una que encontré en Israel de la cual se supone que alguna vez bebió Jesús; también había una de India, labrada en oro con elefantes tallados en sus paredes; y una que me regalo un australiano en un avión, donde había mantenido viva por veinte años a una rana de tres cuernos; tenía una comprada en un tren rumbo a Argentina llena de polvo de diamante y hasta una botella de Egipto que un faraón asustado de la muerte sello con su propia alma. Un día desperté y me encontré rodeado de botellas con leyendas brillantes, que dibujaban más vida que la mía y quise huir de ellas. Pero no pude dejarlas. Llegue aquí y comencé a regalar mis botellas a todos, especialmente a Pedro para sus barcos, pero Alicia también tiene muchas en las que guarda mermelada y el ermitaño las usa para conservar sus pepinillos; hasta que en mi colección no quedo más que mi primera y favorita también. La conseguí en Acapulco y estaba llena de estrellas de mar vivas. Las dejé ir en el lago. Yo pensé que morirían, pero crearon su vivienda debajo de nuestra aldea, ahora hay miles y Pedro las pesca a veces para que Alicia haga sopa de estrella. A Daniel y al ermitaño también les gustaría tomar sopa de estrella, pero Alicia sólo cocina para Pedro y para mí, porque después de todo es gracias a mí que hay estrellas para cocinar. Se que Pedro quiere que me vaya por eso. Le gusta sentirse único. A Daniel le gusta venir a mi casa y sentarse en frente de los estantes, los recorre como si fueran animales de un zoológico de cristal y hace preguntas. Miles de preguntas. Me contó que cuando era niño lo expulsaron de la escuela por preguntar de más. Cuando tienes diez años, no se espera que le preguntes al profesor si su esposa tiene más de ochenta años, y menos si también dices que llegaste a esa conclusión por su cuello de tortuga. El ermitaño nunca sale de su casa, se asoma por la ventana de vez en cuando y nos deja ver su calva resplandeciente, a veces grita fechas de defunción y nos preguntamos quien será el que morirá el dieciséis de febrero del siguiente año o si en verdad se refiere a nosotros; otras veces le grita a Daniel para que deje de preocuparse por la construcción, a Alicia la regaña por pasar tanto tiempo en la cabaña de Pedro y a Pedro le grita que debería de dedicarse a algo de provecho. También grita mi nombre pero yo no lo escucho.
Cuando cayó la primera lluvia inicié mi nueva colección. La tormenta se llevó toda la aldea, tal como Daniel pensó que sucedería. Empezó con un viento gritón que arrastró los techos y después la lluvia golpeó la madera hasta deshacerla y hundirla. Ni siquiera los botes de Pedro pudieron salvarlo a él y a Alicia y eso que lucharon todo lo que pudieron; el ermitaño murió en una cama de estrellas y Daniel lloró antes de que el agua lo obligará a callar primero que a los demás. Yo llene una botella nueva de sangre y sopa de estrella, capturando así la aldea para robarla, etiquetarla y ponerla en un estante.
erikat h. abrego
Cuando cayó la primera lluvia inicié mi nueva colección. La tormenta se llevó toda la aldea, tal como Daniel pensó que sucedería. Empezó con un viento gritón que arrastró los techos y después la lluvia golpeó la madera hasta deshacerla y hundirla. Ni siquiera los botes de Pedro pudieron salvarlo a él y a Alicia y eso que lucharon todo lo que pudieron; el ermitaño murió en una cama de estrellas y Daniel lloró antes de que el agua lo obligará a callar primero que a los demás. Yo llene una botella nueva de sangre y sopa de estrella, capturando así la aldea para robarla, etiquetarla y ponerla en un estante.
erikat h. abrego