Post by erikat on Oct 16, 2005 0:18:00 GMT -5
No Lupita, ya nadie viene por aquí. Eso pasa cuando tus hijos crecen y se van. Ya ni siquiera se acuerdan que uno existe. Sí la vida es muy triste, es más es trágica; el destino no hace más que empeorarnos. Todos se fueron al norte y yo aquí sola con tu tío Cruz y ¿qué hacemos? Nada más que vivir y esperar hasta que logremos alcanzar a los que se nos adelantaron. No, es que te digo, ya nadie viene. Si los que son míos no vienen, ¿por qué iban a venir los otros Lupita? Sólo Migue, pero Migue viene en las noches a guardar su camioneta, si no fuera por la camioneta no vendría. Todos acabamos solos, como mamá Ricarda. Ella tuvo una mala muerte, yo no estuve ahí para verlo todo, cuando llegué ya sólo humeaba. Mamá Ricarda vivía allá arriba con la menor, era una de esas señoras de la Revolución, ¿te acuerdas de su ropa? Siempre traía una falda encima de la otra y una más y una más, y su rebozo y unas trenzas largas, muy largas. Ese día Carmelita se vino corriendo desde casa de Ricarda y me decía: apúrate ma que tenemos que ir con abuelita. Yo que iba a andar yendo. Ya era bien tarde y todavía no tenía los tacos de Cruz, seguro que se enojaba cuando llegará a casa. No ma, es que tenemos que ir con abuelita. Me acuerdo, olía a velas e incienso como una iglesia, pero más oscuro y la piel de Ricarda estaba dorada. Pero cuando llegué ya no hablaba y te decía que sólo humeaba de las faldas y ya la silla se había quemado toda. Estaba muy viejita Ricarda. Sí tal vez 90 años, Lupita. Y yo no le hacía caso a Carmelita, hasta que me dijo: ma, es que abuelita Ricarda se quemó. Y yo pensando que se había tirado los frijoles encima. La silla era de paja, se quemó al instante, o al menos eso dijeron, la vi con el rebozo echando flamas, lo apagaron y con trabajos la metimos a su cama. Tal vez si hubiera escuchado a Carmelita, las cosas serían distintas. Sus piernas parecían hechas de ceniza y tuve miedo de tocarla de más en caso de que se deshiciera. Mamá Ricarda no vivió más que esa noche. Llegué a la casa bien tarde y Cruz echaba humo por todos lados, como mamá Ricarda. Que sus tacos, que no había comido nada y él todo el día trabaje y trabaje en la milpa y yo desconsiderada perdiendo el tiempo. Pérdida de tiempo, imbécil, que hubiera dado yo por no haber estado ahí para ver a Ricarda convertirse en polvo con los ojos abiertos.
erikat h. abrego
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